Últimamente, por temas de trabajo, soy profesor de la Universidad de Valladolid, he viajado a Chile para realizar una serie de actividades y de contactos universitarios y, si os parece bien, os paso a comentar algunos aspectos del viaje en sí mismo y del país en que he visitado algunos lugares de interés.
Existe un billete combinado Alsa-Iberia para llegar al aeropuerto Adolfo Suárez de manera más o menos directa a la terminal cuatro (T4). Dependiendo de la hora de salida, yo viajé a las seis de la mañana, es un viaje cómodo pero largo, ya que dura unas tres horas, a llegar a Madrid para en Moncloa, más adelante en la estación de autobuses de Méndez Álvaro y, por fin, Barajas. El autobús lleva wi-fi lo que permite el uso de la información y la comunicación a través de dispositivos móviles y puede hacer que el largo rato sea más ameno.
En el aeropuerto, los mostradores de Iberia para vuelos internacionales estaban absolutamente repletos a las 9 y pico de la mañana, con colas sinuosas de siete filas por conjunto de mostradores, en resumen una media hora para facturar la maleta, hay que reconocer un cierto dinamismo por parte de los trabajadores de Iberia, hay que añadir un riesgo en la espera, ya que en cualquier momento puedes ser golpeado en la parte trasera del pie por el carrito con varias maletas que conduce una futura pasajera o pasajero y que no se da cuenta que te va golpeando hasta que te vuelves con mala cara y oyes un ¡perdón!
A continuación hay que pasar el control de seguridad de la policía, nuevas colas y con la molestia de vaciarte los bolsillos, quitarte el reloj, el cinturón, en algún caso las botas y, una vez que pasas el arco de seguridad ponerte todo y guardarte las cosas otra vez. A todo esto hay que bajar al sótano para tomar el tren automático que te conduce a la T4 satélite que es de donde saldrá el vuelo para Santiago de Chile. Ascensor, pasillos, más pasillos hasta llegar a la puerta de embarque, aproximadamente veinte minutos.
El vuelo Madrid – Santiago dura trece horas, tuve mala suerte y me tocó un asiento del grupo central, son cuatro butacas, e interior por lo que cada vez que quería moverme tenía que molestar a algún pasajero, el catering no ayudó a mejorar la situación ya que me pareció de muy baja calidad, incluso el vino del almuerzo ha bajado de categoría, ya no es ni de D.O. Rioja. El viaje fue bastante pesado y, para empeorarlo, el avión de Iberia en lo que viajábamos no llevaba pantallas individuales en las que se puede elegir película, series, vídeos o juegos, por lo que te tienes que contentar con la película que ponen en una pantalla bastante alejada de tu asiento, si encima el sistema de sonido funciona mal y las luces individuales no se encienden o, una vez encendidas a petición del viajero, luego no se pueden apagar, el resultado llega a ser bastante insoportable; curiosamente en los folletos de información del avión aparecía uno explicando el uso del mando para pantallas individuales que, como se ha indicado, el avión no lleva, supongo que servirá para aprender para futuros viajes en aviones más modernos, ya que este avión necesita, como mínimo, una remodelación a fondo.
Eso sí, llegamos a Santiago de Chile en el horario previsto, la tripulación cumplió con su trabajo. Aeropuerto de Santiago, nuevas colas para la policía, equipajes y aduana; por fin veo al amigo que me estaba esperando, han pasado veintitantas horas de viaje, pero estoy al otro lado del Atlántico, en el hemisferio sur, he cruzado el ecuador y he cambiado de continente.
Fuente Foto – Gregorio Fernández Martínez