No estaba claro, era un positivo dudoso…
¡¡¡Así fue como nos enteramos de que íbamos a ser padres!!! Tras mucho tiempo intentándolo por fin lo habíamos conseguido. Hicimos el típico test de embarazo y nos confirmó que estaba de 5 semanas. ¿¿¿¿Cinco???? ¿¿¿¿Ya???? Ay mi madre… ¡pensé yo! A partir de ahí, tú dejas de ser tú… Y ya no os cuento cuando el bebé nace… Pero eso os lo cuento más adelante.
Me refiero a que dejas de ser tú porque ya lo único que te preocupa y en lo único que piensas es en que esa “personita” que va creciendo dentro de ti esté lo más a gusto posible, nada se complique y no puedas llegar a hacer nada que le pueda perjudicar.
Como cualquier mujer embarazada, en cuanto te enteras, lo primero es acudir a tu matrona y contarla la gran noticia… ESTOY EMBARAZADA. Sales de esa consulta peor de como entraste… Nervios, dudas, miedos, inseguridades… Y no lo digo porque lo pongan todo mal o te prohíban cosas (que claro que lo hacen) si no porque te das cuenta que entras en un mundo que no sabes si no te quedará demasiado grande, y eso que estabas deseando convertirte en mamá.
Te informan de la alimentación que tienes que llevar, del peso que nunca debes llegar a coger, de los síntomas típicos que puedes tener y de algo que para mí fue muy importante a lo largo de los nueve meses siguientes: Estamos embarazadas, no enfermas. Es decir, haz tu vida normal como siempre.
No me gustaba la idea de quedarme embarazada y sentirme como un mueble, todo el día sin hacer nada porque no puedes hacer esfuerzos, sin hacer deporte, o sin casi poder hacer la compra porque no puedes coger peso, etcétera, etcétera.
Os puedo asegurar que hasta dos días antes de dar a luz seguí haciendo elíptica. Cierto es que no puedes hacerlo al ritmo ni a la velocidad que lo hacías antes, pero puedes, ¡claro que puedes! y como eso, todo. Yo he limpiado los baños de mi casa con la barrigota dándome por todos los rincones y al final me acababa riendo yo sola y de mi misma.
Por supuesto siempre y cuando todo vaya bien. Si ya tenemos cualquier mínima complicación o el médico nos recomienda literalmente NO HACER NADA, ¡pues eso! Aunque seamos de las que nos gusta hacer mil cosas al día y no parar hasta ir a dormir os aseguro que lo cumpliríamos a raja tabla porque como os dije al principio, lo único que ahora nos importa es nuestro bebé.
El momento en el que se lo comunicamos a nuestras familias también fue muy especial. Lloros, alegría y mucha, mucha felicidad permanente alrededor.
A partir de ese momento, ya puedes pedir la luna, que os aseguro que os la consiguen. ¡Madre mía! No habían estado tan pendientes de mí nunca en la vida. Empezando por mi marido. Era decir ¡Ah! y ahí estaba…dispuesto a lo que fuese. ¡¡¡Qué maravilla!!! Supongo que para él también tuvo que ser impactante saber que tu mujer lleva una personita que habéis creado juntos y que para que esa personita esté bien, ella tiene que estar bien.
Que la relación de pareja sea buena, es siempre importante y necesario. Pero durante el embarazo esto se multiplica. Nuestras hormonas están disparadas y de pronto reímos como lloramos. Nuestro cuerpo sufre una transformación total y es normal que no siempre nos veamos ni nosotras mismas bien, como para que lo hagan los demás.
Abrir el armario muchos días implica acabar llorando. Ya nada te vale, con todo te ves “fea y gorda” incómoda y muy poco atractiva. Pero es así y hay que asumirlo cuanto antes, o al menos eso hice yo. Claro que tuve días de no querer salir de casa por no tener que probarme ropa y ropa hasta quedarme conforme con algo. Pero en cuanto me miraba al espejo y veía la tripita de perfil, la acariciaba y una sonrisa sin forzar iluminaba mi cara. Ya está, se pasó el mal trago de la ropa. Estoy súper orgullosa de la mochila que me acompaña y lo demás es pasajero 😉
El resto, os lo sigo contando en el siguiente post.
Fuente Foto – Miriam Tejedor